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Erase una vez una galera que navegando, navegando se acercó demasiado al borde del mundo. Durante varios días la tripulación luchó contra la corriente sin conseguir apartar la nave de la Gran Catarata ni siquiera un metro. Cuando el peligro era ya inminente la oficialidad se reunió en el camarote del capitán a fin de estudiar las medidas que aún se podían adoptar para salvar la nave. Tras deliberar durante un buen rato el capitán decidió que no quedaba otro remedio que aligerar el barco...
Así pues, desmontaron y arrojaron al agua todo lo que no les pareció esencial para seguir flotando: anclas, mástiles y velas, brújulas, herramientas, los remos de repuesto y hasta los botes salvavidas. A pesar de todo no lograron separarse del borde, aunque sí consiguieron que la corriente les arrastrase un poco mas lentamente
El capitán volvió a reunir a los oficiales:
- Tenemos que aligerar el barco todavía más y no queda ya nada de lo que podamos prescindir. Alguien de la tripulación deberá ser arrojado al agua. No hay otro remedio.
- Yo no seré, desde luego –dijo el piloto- porque sin mí no sabreis encontrar un rumbo que os lleve a puerto.
- Yo tampoco - dijo el cocinero - o no comereis durante el resto del camino
- Yo no soy sacrificable - dijo el comerciante – porque sin mi no conseguireis vender la carga sin ser acusados de piratería y ahorcados.
- Yo tampoco puedo ser –dijo el contramaestre- o la indisciplina y el abandono pronto se adueñarán del barco.
- Nosotros tampoco- dijeron a coro los dos cómitres – porque sin nosotros los remeros no se esforzarán ni sabrán remar coordinados.
Finalmente acordaron que se podía echar por la borda a los dos grumetes sin mengua de la operatividad del navío, pero como éstos eran mas bien ligeritos de peso apenas hubo cambio apreciable en la marcha de la nave. Metro a metro seguían aproximándose al horizonte.
Al rato decidieron que había demasiados remeros y echaron a cuatro de ellos, los menos productivos, digo débiles; advirtiendo a los demás que si no incrementaban su productividad o sea, si no remaban más duro, tendrían que echar a algunos mas por el bien de todos los que navegaban en el mismo barco.
Con el rugido de la Gran Catarata ya en los oidos, despidieron a cuatro remeros más y luego a otros cuatro a fin de reducir costes operacionales, digo lastre al mínimo posible. Cuando el capitán declaró el Concurso de Acreedores, digo el “Sálvese quien Pueda” poco antes de despeñarse por el borde de la Quiebra, digo Gran Catarata, aún había oficiales a bordo que creían que haciendo un último esfuerzo y despidiendo a cuatro remeros de los seis que quedaban, a uno de los cómitres y al cocinero aún estarían a tiempo de salvar la nave.
Hay políticas empresariales que parecen predestinadas al naufragio.
2 comentarios:
Días atrás un pequeñajo de casi cinco años descubrió mi juego de ajedrez.
En un "paquete" de juegos que los padres le instalaron en su PlayStation o algo similar a un TV con controles raros, también hay "juegos educativos" además de carreras de autos, motos y una pistola para matar malos.
Mientras el pequeño me recordaba los movimientos de cada pieza le fui preguntando por la función que cumplían. Esperaba la clásica respuesta "la Reina es la que más vale"...
Pero me respondió: "estos son los que más importan" mientras me mostraba los peones.
Este año empieza el colegio. Quizá tengamos suerte y pueda seguir pensando por sí mismo...
Oh, sí. Las pleiestesion incorporan juegos de ajedrez. Cuando caballo come alfil le machaca la cabeza con una maza de pinchos. ¿Donde quedaron los tableros y las piezas de madera?. Yo debo tener uno por ahí arrumbado, le faltan dos o tres peones y al menos un alfil.
Quizás cuando crezca el niño aprenda que no hay "piezas que valgan más". Todas son importantes pero si hay una mas importante que las demás es aquella cuyo sacrificio te hace ganar la partida. Sea peón, caballo o reina.
Pero no estoy seguro de que eso se aprenda en los colegios.
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