Aprendí a pescar de niño y como se suelen aprender estas cosas: tuve un padre que era un gran aficionado a la pesca y, bueno, dotado de mucha paciencia conmigo. Pescábamos siempre desde tierra porque a mi padre le daban un poco de repelús las barcas, pero eso sí: pescábamos de todo y en todos los estilos: en mar, en río, de noche, de día, con caña, a mano, con arpón, gaxarte, nasa, troel y lo que se terciara, según el momento el lugar y la presa.
Teníamos tres grandes cañas de “bambú americano” y aún conservo uno de los carretes “Segarra” que usábamos. Nuestros lanzamientos (especialmente los míos) rara vez se acercaban a los cien metros pero para pescar desde peñas y acantilados es mucho mas importante llegar donde quieres que lanzar lejos: aprendí a clavar las pozas claras de fondo arenoso o justo los planos de las rocas sumergidas. Fueron muchos los plomos y anzuelos que perdí y muchísimos los enredos del sedal que tuve de deshacer pero como mi padre solía decir: cortando cojones se aprende a capar.
La modalidad que más me gustaba era pescar en la playa, al “rompiente”. No sé si alguien aún pesca al rompiente. Hace falta una playa bastante llana y abierta, con mucho pedrero, marea entrante y poca gente (condición ésta última que hoy día parece muy difícil de cumplir). Supongo que hoy día lo llamarían “surfcasting extrem” o algo así y se practicaría con traje de neopreno, chaleco salvavidas y un equipo de sopotocientos euros o más, pero entonces no hacía falta más que gorra y bañador, zurrón al costado con cuatro aparejos de recambio y un bote de xorra, caña ligera con carrete fuerte y… estate atento a no enredar y a que las olas no te hagan rodar.
Porque hay que ir a buscar al pez, que no esperar a que venga. Meterse hasta la cintura en el agua espumante mientras el oleaje trata de derribarte y -literalmente- excava la arena bajo los pies. Tratar de ver las señales a ras de agua, lanzar entre las rocas, donde bate la ola pero detrás de lo turbio… A veces, cuando la ola levanta justo antes de romper, por uno o dos segundos se pueden ver al través los peces como en una enorme pecera de cristal verde…. En menos de una hora acabas agotado y tiritando de frío, pero…¡cómo se disfruta!. Había cierto peligro, eso sí (y alguna cicatriz tengo para mostrar), pero eso, para mí, era pescar. Nada que ver con el tópico del paciente pescador de caña.
Después los años me llevaron tierra adentro. Muchos años lejos del mar salvo esporádicos y breves períodos de vacaciones. Dejé la pesca de lado. No tengo nada contra pescar en los ríos pero no era lo mío. Otras aficiones y otros asuntos ocuparon mi escaso tiempo libre.
Y ahora que tengo un poquito más de tiempo y vivo cerca del mar me digo…¿porqué no?. Y alegremente me saco una licencia (¿licencia?) y voy a comprar el equipo. Y ahí comienzan mis problemas: Cañas de fibra de vidrio, de carbono, rígidas, parabólicas, de cien tipos, precios y tamaños distintos, carretes de cincuenta clases, miles de tipos de plomos, sedales, esmerilones, frenos, fusibles, resortes, lucecitas, olivitas de colores, perlas, agujas… Al pescar con caña lo llaman ahora “surfcasting” y no eres nadie si no llevas al menos cuatro cañas y tres bobinas para cada una preparadas con cinco tipos de sedal. Los aparejos montan tanta tecnología como un Airbus y palabros como “monofilamento” y “pick-up” se convierten en el distintivo de un buen pescador . Joer…antes los anzuelos los cebábamos a mano y los quitavueltas eran sólo una mariconada de pescador dominguero…¿tan viejo soy?. Póngame un poco de todo. Algo servirá.
Voy pa la playa y resulta que en la orilla hay mas antenas que en los tejados de la CIA. ¿Dónde se pide la vez, oiga?. Algunos manejan siete u ocho cañas ocupando cien metros de playa y llevan tanto equipaje como un jeque petrolero. A esos de ahí los querría yo ver trepar los acantilados del Peñas cargando con la sombrilla, la mesa plegable, las sillas, la nevera con las birras y toda esa parafernalia sin la cual parece ser que es imposible pescar ahora.
En fin. Me acomodo en el rincón que me queda y verifico que en el mar Mediterráneo no hay olas, ni rompientes, ni pedreros, ni mareas y, si vamos a eso, tampoco parece haber peces. Tras varias aburridas horas llego a la conclusión que lo que pasa es que con tanta caña y tanta tecnología punta los peces han sufrido una selección darwinista acelerada: los peces tontos han desaparecido hace mucho y los supervivientes saben latín. Mas latín que yo pescar. Xac, necesitas adaptarte, has de aprender a pescar según los nuevos tiempos. Ya no sabes, reconócelo. Dinosaurio.